Una narrativa de los elementos. Acuática, ignífuga, terrosa y aérea. En cada cuento de Aguamala, Milagros Porta logra una atmósfera particular, de esas que se parecen a nubes, de esas que quedan impregnadas. Mujeres-planta, burbujas en la frontera entre lo visible y lo que no se puede ver, rituales de peces y olas que interrumpen una lógica familiar, llamas para un fin de mundo sagrado, una ruta que se arma y se desarma en el vínculo entre una madre embarazada y su primera hija.
Con personajes bellamente difuminados, y con espacios trazados desde el detalle, los relatos de este primer libro de Porta consiguen algo inusual: un efecto óptico. Las escenas se acercan, se magnifican. Y luego, cuando llega el momento, se alejan, se distorsionan, se apagan. En ese encenderse y apagarse de sus escenas, Porta encuentra un ritmo preciso para su escritura: el del aprovechamiento máximo de lo mínimo, el de la insistencia sobre un punto que brilla.
Saber qué narrar; eso siempre se nos aparece como importante a quienes escribimos, claro. Pero, sabemos, especialmente clave es intuir qué no narrar, dónde frenar. Aquí, en ese punto, la escritura y el lenguaje de Milagros Porta destellan: saben qué sí, saben qué no. Y saben también lo siguiente: hay una riqueza en dejar que los momentos narrativos se sofoquen, se ahoguen, se entierren, colapsen como aludes. Con esos cataclismos que vienen luego de un fulgor, con esos derrumbes hechos de palabras exactas, Porta da forma a los cuentos de este libro fulminante.
-Yamila Bêgné