El fantasma del suicidio está en todas partes, ha comparecido en cada época de la humanidad y, de un modo u otro, también está presente en nuestra vida privada. Es un tema recurrente en el arte y la literatura, y se sitúa en el centro de uno de los grandes debates filosóficos por excelencia, aquel que plantea si tenemos plena libertad sobre nuestra propia existencia. Por otro lado, el suicidio ha sido condenado por numerosas instituciones –no solo las religiosas– a lo largo de la historia, por considerarse, cuando no una patología mental, un acto inmoral que atenta contra la vida y contra la sociedad. De hecho, sobre este fenómeno universal todavía hoy pesan un tabú y unos prejuicios que hacen muy difícil que pueda ser tratado de forma abierta, objetiva y sana.