En estos extraños poemas del estrago canta una voz difícil. Nana del maldolor y la tristeza - que, se diría, a su modo buscan conjurar - , los versos de Carla Chinski engarzan el equívoco de un cuerpo hecho jardín para la muerte, un cuerpo físico hasta la aflicción, abierto por demás a las fuerzas que transforman y destruyen. Hablan estos poemas, entonces, un idioma salvaje y herido - su herida es de amor -, que deja, sin embargo, también lugar para el silencio, esa otra forma suntuosa del duelo.
Brillante como una pequeña espada forjada en filigrana por “el hilo de la palabra / que hace de este mundo / más de lo que es”, este libro, en su gesto severo y a la vez vulnerable, trae su luz rara para recordarnos, como en sueños, que “todo bosque que arde, toda vida / que se quema / encuentra su límite en el caudal del río”.
Sonia Scarabelli
Este libro se hunde - no teme hundirse - en las fragilidades y fortalezas, las miserias que constituyen nuestro estar en el mundo como seres materiales: ese modo en que el cuerpo, el mismo cuerpo que otras veces estalló de vitalidad y de deseo, bordea su propia desaparición.
Claudia Masin
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