Celia Paul siente una misteriosa conexión con la pintora galesa Gwen John, quizá porque percibe que sus vidas “han sido talladas con el mismo cincel”. Ambas tuvieron relaciones largas y apasionadas con artistas mayores y más reconocidos que ellas y John creaba en soledad, aislamiento y una suerte de ascetismo, las mismas condiciones en las que pinta y escribe Paul.
La tensión entre amar y ser amada o estar sola para poder crear, la complejidad de los vínculos con su madre y con su hijo, la desesperación por cuidar su espacio propio y la incertidumbre frente a lo que le depara el paso del tiempo son algunos de los temas a los que Paul se acerca con ecuanimidad y sutileza.