Se recogen aquí las cartas a las más significativas corresponsales de Virginia Woolf, como su hermana Vanessa, y sus protectoras, amigas o relaciones literarias y editoriales más importantes: Violet Dickinson, Vita Sackville-West, Victoria Ocampo, Katherine Mansfield y Ethel Smyth. Estas cartas forman una conversación, una membrana móvil sin un dibujo reconocible, salvo en el reenvío permanente de las imágenes de unas corresponsales sobre otras. Todo se interrumpe en ellas con fragmentos de informaciones cuya única función es una alianza episódica con la destinataria en los juegos de poder. Alianzas ambiguas en W: es mujer–subordinada– pero pertenece a una clase que domina; sobre criadas y cocineras, sobre proveedores o transeúntes: los pobres. Cuando conversa, como en las cartas a sus amigas, habla con soltura de esas ambigüedades. Son parte explícita de un azar controlado. Y una carta es, hasta cierto punto, azar y control a la vez.
Carta a Vita Sackville-West, 1927 Sabes, es una gran cosa ser un eunuco, como yo; quiero decir, no saber cuál es el lado derecho de una falda, porque las mujeres confían en ti. Una corre una mampara por encima de la furia del sexo, y entonces se ven todas las venas y el pulido que, entre mujeres, son tan fascinantes. Aquí, en mi cueva, veo montones de cosas que vosotras, criaturas resplandecientes, hacéis invisibles con la luz de vuestra gloria.Carta a W. de Vita Sackville-West, 21 de junio de 1926 Estoy reducida a una cosa que Virginia desea. Compuse una carta hermosa para ti en las horas insomnes de una noche de pesadilla, pero ha desaparecido: únicamente te echo de menos, de una completamente sencilla manera humana. Tú, con todo tu refinamiento en las cartas, no escribirías jamás una frase tan elemental como ésta; tal vez ni siquiera lo sientas. Aunque creo que serías sensible a una ligera variación. Pero la envolverías en una frase tan exquisita que perdería un poco su realidad…
Eudora Welty, «Las cartas de Virginia Woolf», The New York Times, 14 de noviembre de 1976
«Sin cartas la vida se rompería en pedazos», escribió Virginia Woolf en «El cuarto de Jacob» (1922).Movida sobre todo por una cortesía natural, una imagina, usó sus dones para la liviandad en muchas ocasiones. Pero estas cartas bellas y espontáneas nunca desprecian la seriedad de la experiencia, o traicionan la noción de su magnitud. Lo que ella ofrece en las cartas proviene de su consciencia de la otra persona; ese trozo de sí misma, me parece, que importa según las circunstancias del otro. Esta disposición a entregarse es la marca particular de Virginia Woolf: la llevan a hablar desde un candor tan extraordinario como profundo. No usaba la carta como un recurso para expresar su constante preocupación por el progreso en la escritura. Su tono es muchas veces juguetón, burlón y sarcástico en la correspondencia con sus amigos. Con la edad el tono madura, aunque conserve siempre la capacidad autocrítica y reflexiva de la juventud, ya con los más cercanos, ya con aquellos que la obligaban a cierta distancia cortés.