Historias y hallazgos de films perdidos, obras inconclusas o proyectos sin realizar.
«Que la erudición no es necesariamente árida lo demuestra este libro, donde el autor invita a la exploración más amena que pueda imaginarse, la de una realidad incógnita para casi todos los lectores. Cocteau creó la denominación “film maldito” para llamar la atención sobre obras no apreciadas en su momento, ignoradas, olvidadas, aun prohibidas. Peña retoma la frase, él mismo lo dice, en un momento en que la revolución digital ha exhumado los títulos más oscuros, permitiendo la creación de imprevisibles cultos.
Recordemos tiempos en que, por ejemplo, La edad de oro de Buñuel y Dalí, secuestrado en 1930, prohibido, era el tesoro mejor guardado de la Cinémathèque Française. Cuando su legendario creador Henri Langlois aceptó prestar la copia para una única proyección en la Cinemateca Suiza, las latas de 35 mm partieron por tren en un bolso literalmente esposado a la muñeca de su colaboradora de confianza, la historiadora Lotte Eisner… Pocas décadas más tarde, a fines del siglo pasado, el film ya había sido restaurado, difundido por un canal cultural de la televisión francesa, e inmediatamente editado en dvd.
Y sin embargo, el cinematógrafo no ha permanecido indemne a otros accidentes, los que propicia su misma naturaleza, ya se trate del soporte técnico o de la índole de su difusión. ¿Dónde ha quedado el inédito, frágil sistema de color ensayado para Día de fiesta de Tati? Los vaivenes de la política argentina, en un patético vodevil, condenaron, más tarde rescataron, finalmente relegaron a una duradera oscuridad Pobres habrá siempre.
En la Argentina, precisamente, no se ha logrado la creación de una cinemateca nacional que proteja y difunda el patrimonio cinematográfico del país. Peña señala que el pasado del cine argentino, en gran parte perdido, sobreviviente en copias a menudo borrosas, inaudibles, corresponde en el sentido más literal a la denominación de cine maldito.
Un libro como éste, sólo posible porque su autor conjuga la pasión de un detective tenaz y el amor por el cine más allá de todo mezquino criterio de valor, revelará al lector que existe una vasta, apenas explorada “isla del tesoro”, abierta a la imaginación y, por qué no decirlo, al deseo irreprimible de acceder a todo lo que, nos enteramos, nos ha sido escamoteado».
Edgardo Cozarinsky
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