Contento con mi tristeza, de Ignacio Polo, revisita con ojos de cineasta los detalles más dulces, crudos y deslumbrantes de la poesía confesional. Desde una coca-cola que dulcifica el día hasta una flor repleta de violencia, sus tonos e imágenes nos afectan en buena medida como un recreo continuado: ¿te leo un poema? tengo un libro nuevo.
María Bakun
Los poemas de Ignacio prestan una atención distraída a los milagros cotidianos y nebulosos de la calle en decadencia. Si la atención es una virtud, como la prudencia y la firmeza; y las cosas son en Dios (in Deo), en la naturaleza, Ignacio hace la plancha a los pies de una laguna, recibe la visita de un cardenal amarillo, riega las plantas de su departamento pero también nos dice que ahí no siente una revelación, y entonces unx se pregunta, ¿dónde está la revelación? En sus poemas el misticismo puede estar en una torta de cumpleaños exhibida al público en una heladera, en el rezo a una fracción de sol en la pared o en un superpancho. Prestar atención al mundo requiere una cierta disposición porque en el medio hay que pagar cuentas, reparar cosas en la casa y te pueden romper el corazón. Estar contento con la tristeza quizás sea el resultado de una relación inquietante y serena con la fe en la noche neoliberal de la ciudad.
Agustina Wetzel
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