Si bien la poesía representó para César Vallejo "los números del alma" (según se desprende de una carta a su amigo Antenor Orrego), su prosa, y en este caso las crónicas aparecidas entre 1915 y 1938, representaron alternativamente, acaso, con el resto de su obra narrativa, un álgebra de las ideas, es decir, un desiderátum en el que el tacto escribe, el oído selecciona y el espíritu organiza el corpus de las ideas con recurrencia interior, perspectiva deductora y aquella rigurosidad cuestionante que, no por casualidad, se pusiera de manifiesto en su obra poética. En una palabra, en un concierto y en un desconcierto a la vez, que sintetiza para el observador una lucidez penetrante.