Los objetos, más perdurables que nosotros, funcionan también como instrumentos de la conciencia. Un casete, por ejemplo, puede traer las voces de los que amamos y ya no están, o las viejas canciones que nos hablaban de nuestro destino sin que lo supiéramos… En estas páginas, una hija que ha perdido a su madre se aferra a esa clase de vestigios y, durante la larga noche funeral, evoca fragmentos de la vida que se fue, del mundo que cambió. A partir de estos fragmentos, Desintegración en una caja se multiplica, se enrarece y se disemina en otras voces y otros tiempos. Una farmacéutica se acuesta en un resonador magnético, un viudo monologa en una iglesia de pueblo, un hombre y una mujer cruzan amorosas, irreconciliables versiones de su último día juntos… Cada una de estas esquirlas persigue, sin embargo, el sueño clásico del arte y el mayor sueño en la historia del género novelístico: restituir la unidad primitiva. La evolución de la novela consista, tal vez, en el reemplazo de este anhelo restitutivo por el registro de su imposibilidad y sus manifestaciones: la segmentación, la estructura coral, lo digresivo, la cesión de la voz narrativa y el punto de vista, los pequeños universos que componen el universo completo, y, por supuesto, la desintegración. Esta extraordinaria novela de Sebastián Martínez Daniell podría leerse como un catálogo sensible de esta diversidad de procedimientos, un inventario razonado de los modos en que el lenguaje pugna por demostrar que vale la pena transitar su inviabilidad. Carla Maliandi