Este libro inventa una ciencia del mar situada, atenta a las corrientes, las velocidades y la temperatura del agua a partir de una cartografía cuyos puntos son balnearios turísticos o desiertos, de Mar del Plata, Santa Teresita o Florianópolis. Pero inventa, sobre todo, una estilística del mar, de playas distópicas, inválidas o anodinas, y también de playas sorprendentemente nuevas; del agua marrón, invadida de basura, aunque también celestísima o con “arabescos verdes iluminados”; del agua blanda o tensa como un mantel; de la espuma puntilla o lava; de la ola ornamental, tirabuzón o bucle renacentista.
El estilo inventado no puede separarse de una práctica sin épica, de un modo de entrar al mar, el chapuzón, y tampoco de la escritura de un diario del que se entra y se sale cada vez: la simultaneidad de este salto triple es la de Diario de los chapuzones.
No se trata de un estilo estudiado, como el del nadador que debe aprender la brazada perfecta, sino de uno que se ejecuta siempre de manera diversa e imprevisible. Es el estilo de una experiencia sensible y de una materialidad que sensibiliza. Por eso escritura y chapuzón son movimientos enlazados, paralelos.
Entonces, la ola desacomoda el cuerpo pero también la zambullida se sincroniza para sentir el hermoso latigazo en la planta del pie; el movimiento del mar desajusta el estado de flotación pero a veces la respiración logra la plancha perfecta, con el cuerpo casi en estado de gracia.
Ana Porrúa
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