¿Es imposible que un albañil escriba un diario? Incluso en los sectores más sensibles de nuestra sociedad hay una noción extendida de que la cuchara y el fratacho embrutecen. Y de que quien pone el lomo no pone la cabeza. Una respuesta podría ser aquella famosa frase de Menotti: “creer que al fútbol se juega con los pies es como creer que al ajedrez se juega con las manos”. Leer a Mario Castells es muy parecido a conversar con él: una invitación a una enciclopedia con tapas de hormigón armado. Sus libros, a pesar de ser distintos entre sí, no dejan sin tocar ningún tópico de la cosmovisión castellsiana: el amor, el buen comer, la relación de tensión con la academia, lo paraguayo y lo guaraní. Lo lumpen y lo trosko. La semilla de maldad como consecuencia justificada por el resentimiento de clase. ¡Agarrá la pala!, gritan los voceros de la reacción ante cualquier trabajador que se amotina. Diario de un albañil, más que desfile de personajes o construcción coral, da cuenta de una tensión permanente entre los deseos postergados y la realidad, cruda y alienante.