“Estamos solos para amar; pero para destruir, toda la historia nos acompaña”. Escribir a la espera del amado, para llenar el vacío y la duda. En urgencia de algún orden: escribir. “Siendo uno más en esa larga estirpe de abandonados que es mi familia”, atestiguar el trabajo de escritura como un darse voz. El muchacho de rulos recatado muestra sin pudor un proceso de búsqueda: la escritura deviene cuerpo de quien piensa escribiendo. Esta crudeza signa las palabras de un Leopoldo jovencísimo que, para transitar su vida adulta, actualiza su infancia y desmenuza su presente.
A cinco años de su partida, recorrer este casi diario es conmovedor. Un mes en su vida cobra carnadura y nos permite atisbar algo de las tensiones que conformaron una subjetividad: sus amores, las lecturas fundacionales –principalmente mujeres–, la dificultad de la independencia, el intento de seguir adelante con la vida y la escritura en tiempos tan hostiles como los noventa liberales. Estos apuntes del sobre el abandono documentan bellamente la experiencia de un intelectual del siglo XX: nada es menor, nada se deja de lado sin pensar. Memoria y tiempo, conciencia de sí y de las imposibilidades: la escritura como ejercicio y respiración que nos constituye. O, como dice Leopoldo: “Yo quiero hablar con mis palabras. Como quiero amar con mi propio cuerpo”.
Andi Nachon