Primero como manifiesto y luego como obra teórica, El arte de los ruidos fue resultado de una de las aristas más originales e influyentes del futurismo italiano: la música. Luigi Russolo, pintor y amigo de Filippo T. Marinetti, propuso el ruido no solo como elemento estético fundamental de la obra de arte musical, sino como estímulo generador de nuevos placeres acústicos. Los ruidos provenientes de las nuevas maquinarias industriales y bélicas a comienzos del siglo XX fueron para él fuente de inspiración acústica, al tiempo que, influido por el anti-academicismo musical de Francesco Balilla Pratella y apoyándose en el concepto de continuidad, pensó el ruido como la exploración de los matices de un sonido determinado y, consecuentemente, como la evolución natural del arte y de la sensibilidad sonora a nivel social y cultural. La puesta en práctica de la idea de continuidad derivó en la construcción de los intonarumori, o entonaruidos, máquinas que describió como instrumentos enarmónicos que operaban
más allá de las divisiones «artificiales» del semitono.
Consciente de que sus ideas se oponían al statu quo de la época, Russolo peleó encarnizadamente para defenderlas. No solo amplió la gama de opciones sonoras para hacer música, sino que también sentó las bases de géneros posteriores como el noise, la música concreta, el minimalismo, el drone, el arte sonoro, la música industrial y la electrónica, entre otros, convirtiéndose en uno de los referentes que más influyó sobre la experimentación musical actual. Esta edición cuenta con un prólogo del compositor y profesor italiano Luciano Chessa, el manifiesto del arte de los ruidos escrito en 1913, y todas sus repercusiones, documentadas en 1916.