En el universo singularísimo de esta novela, hay pájaros que se suicidan, nubes que se van a llover a otra parte y un zorro famélico que muestra con rabia sus costillas. Hay animales moribundos que se están ahí, tirados, entre unas moscas que no los dejan de asediar. Hay truenos desganados y una sequía endiablada. Hay un pueblo entero, soltado de la mano de Dios, que anda buscando salvar la cosecha. Deciden contratar al hombre de la lluvia, el que hace llover. Así se inicia esta historia profundamente verdadera y, al mismo tiempo, de una belleza fatal.
Desde una prosa esencialmente poética, Marcelo Rubio nos instala en una atmósfera que parece hilvanar un linaje de alucinaciones ancestrales. Salimos de la lectura como un habitante más de esas tierras, preguntándonos por el sentido de cada gesto. El Llovedor es, acaso, una novela sobre la locura y la belleza de la incertidumbre.
Mariana Travacio