Recuerdo el día que Miguel empezó a escribir Hojas que caen sobre otras hojas. Fue en Nikko. Ese día, entre cien estatuas de Jizo, que sirven de escenario a uno de los cuentos de esta antología, escribió a las corridas alguna idea o frase. Miguel entre los jizo de piedra, tomando notas en su libreta.
Esa misma escena se repitió varias veces durante nuestro viaje. Me descubro hablando sola, Miguel se ha quedado atrás, lo distrajo algún detalle en una casa en el barrio samurái y garabatea algo. Miguel con su libreta, frente a las enormes raíces de un árbol cubierto de musgo en el Pabellón de Oro. En la estación, esperando el shinkansen, escribe unas palabras. Ya sobre el tren, sigue escribiendo. Ni siquiera la nevisca de los Alpes Japoneses lo disuade de abrir su libreta azul. En estos cuentos —algunos fantásticos, otros realistas, algunos cargados de humor, otros trágicos — se pueden ir rastreando los lugares que visitamos. Pero también Buenos Aires está presente, a veces en un escenario o en un personaje, a veces en la voz del narrador. Esa presencia es Miguel frente a un arrozal verde, internándose en los antiguos caminos de Edo, o tomando aire después de subir mil escalones para llegar a un templo. Y somos también nosotros, sus lectores, a quienes nos invita a conocer, desde su visión personal y latinoamericana, algo de la historia, las formas y la belleza de Japón.
Mariana Alonso