Existen ciertas teorías que otorgan un alma al mundo. Buscan describir la arquitectura energética que sostiene y da impulso a los cuerpos: todo lo que nos rodea tendría una conciencia propia. Como una de esas teorías, el “animismo Henderson” enciende la existencia. No se trata de una poeta que hace hablar al mundo, como a veces se define al genio lírico. No anima su entorno porque expresa su yo mediante las cosas. Esta es una poeta que deja hablar al mundo, y que se deja tomar por las voces más inaudibles: el porvenir signado en la juventud que va de la mano, la fragilidad imbatible de los más viejos, la sapiencia inmemorial de los animales, la impavidez de un color fulgurante, la luz de la ruta que va peinando al espíritu en viaje. Incluso se deja tomar por aquello que aún no puede definir, pero que siente con fervor y convicción: El espíritu de la noche me despertó / y me honró con una responsabilidad. Ese mandato indecible sintetiza la naturaleza de la actividad poética.
Parecería que actuar es lo opuesto a dejarse estar. Como manifiesta poeta, Daiana supera esa contradicción: actúa dejándose estar, permitiendo que lo demás hable, birome en mano / como si algo importante se agazapara / adentro del gramaje del papel, armonizando plena concentración y dichosa dispersión, tomando apuntes de una métrica mutable y vivificante. Afortunados nosotros de estar enardecidos sin necesidad de movernos de lugar, pero habitando un nuevo universo: este libro es el secreto.
Julia Enriquez