Leo los poemas de La calígine de Daiana Henderson un poco sorprendido por su título, que significa oscuridad, niebla, tenebrosidad. Porque yo siento algo completamente opuesto a lo que sugieren estas palabras. Y pienso que la poeta debe haber buscado como un antídoto para encerrar dentro de una burbuja su mundo repleto de luz, donde el paisaje oscila entre lo interior y lo exterior.
Estos poemas funcionan como hechizos, conjuros que demarcan situaciones o movimientos, pequeñas historias de una suave extrañeza, de una melodía que cuelga en el aire como una tela de araña.
Abro el libro en cualquier parte y leo, soy presa de su encantamiento. Porque en estos poemas también hay algo ancestral y palpitante, que respira y vive y crece, como lo haría una criatura mitológica del Río Paraná. Y digo qué música y qué vaivén, y qué aleteo y emoción, y qué de secretos que se cuentan entre la vida y el yo. Preciosos versos como joyas, como misterios que se revelan al viento que arma y desarma, igual que un niño ansioso, un refugio en las ramas para resplandecer.
Francisco Garamona
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