En La memoria de los peces, Eric Schierloh nos invita a entender la escritura como una forma más amplia y sugerente: como algo que empuja al sujeto a salir de sí mismo, a tomar contacto con el otro a través de la palabra escrita. Este singular artefacto narrativo pone en escena especies acuáticas, escritores de toda laya, divagaciones, conclusiones, y la belleza de la tipografía sobre la página en blanco a la que se enfrenta quien escribe, para tensionar el sentido mismo de la novela como una manera de mirar y asumir el oficio literario. Se trata de una propuesta que tensiona los géneros, fuera de todo molde, de todo algoritmo estilístico, y que nos permite explorar qué hacemos con el lenguaje y qué hace él con nosotros. Porque a medida que leemos estas páginas nos transformamos, desaparecemos en sus huellas. En tiempos en los que abunda la literatura-selfie, la escritura de Eric Schierloh parece ser una ráfaga de aire fresco en una habitación saturada de mimetización estilística y corrección política.