Por años tuve el privilegio de ver todas las retrospectivas de cine negro que organizaba la cinemateca del Film Forum de Nueva York. Nada me seducía tanto como la fotografía de esas películas, sus planos torcidos, sus personajes adorables y ruines, sus antros del mal donde las corruptelas del poder se revelan como el principal maleante. Pero, sobre todo, lo que me deslumbraba eran los duelos verbales, la jerga urbana, las insinuaciones procaces que acababan imprimiendo en la pantalla una serie de palabras sucias, algo así como una serie (de la) B: booze (alcohol), blondes (rubias), blood (sangre), bullets (balas).