Si mataba al perro, podía pasar a lo siguiente, fuera lo que fuera. Podía quedarse, o volver, pensar en algún tipo de vida. Podía decir: fui al sur y maté al perro. Fui hasta el borde del mundo y regresé. Pasaron tres años desde los acontecimientos de Ministerio de Invierno. En el sur, en el límite del mundo habitable, hay todavía asentamientos que resisten el hambre y el frío. Pueblos diezmados, congelados, donde viven los que todavía se niegan a irse. Una cazadora cruza una ruta delgada en dirección a uno de esos pueblos. Lleva una carabina antigua, un pasado de oficina, un mazo de tarot. Si cierra los ojos, ve muertos, personas por las que se siente responsable. Si los abre, ve un camino incierto. Tiene la misión de matar a un perro salvaje. Pero su verdadero viaje es una búsqueda de sentido, un intento desesperado de escuchar en un mundo que ya no le dice nada. La pausa es una incursión a la parte más fría de un planeta enmudecido. La vida bajo un sol indiferente, que comienza a despertarse.