Cuerpos vendados, quejidos por la noche, cuencas vacías en las caras de quienes han perdido los ojos, piernas prostéticas, niños que brotan por todos lados en el hospital de leprosos. Tamio Hōjō describe el sanatorio donde vivió los últimos tres años de su vida como una aldea, donde todos los pacientes cumplen una función y encuentran en sus actividades una forma de sobrellevar la tragedia.
Tres años le bastaron para construir una obra que le dio sentido a una vida completa. Hasta el día de hoy se lo destaca como un poderoso cronista de la vida de los pacientes y el principal representante de lo que se denomina literatura de la lepra.
«Es una maravilla de la literatura hacernos ver a un hombre viviendo una vida más vital que la nuestra, a pesar de que se le ha impedido vivir en sociedad».
Yasunari Kawabata
«Cuando leí La primera noche de la vida sentí una conmoción similar a la que me causó El tren nocturno de la Vía Láctea, de Kenji Miyazawa. La calidad de su trabajo, creado hace más de ochenta años, cuando tenía apenas 22, me sensibilizó y me dejó impresionado. “No hay forma de que yo pueda lograr algo así”, me dije y pensé en abandonar la escritura».
Durian Sukegawa
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