Una casa de madera sobre piedra volcánica en una isla caribeña. Mantenerla en pie y hacer de ella un lugar habitable requiere determinación y tiempo —que se le roba a otros sueños—, establecer prioridades sin resignar lo importante: los pequeños placeres, la atención hacia el amor y sus múltiples movimientos. Un vocabulario exuberante de especímenes animales y vegetales anida en la humedad de los versos. La exploración iniciática de una hija a través del lenguaje, con sus accidentes gramaticales y su poder de autoafirmación, estimula la propia glándula verbal. En Las horas extra, Mara Pastor edifica poemas sólidos donde es posible guarecerse de la tormenta.