En Litio, como en las cartas o en muchas canciones de rock, se le habla a otro. Pero sabemos largamente que otro es yo. Si las novelas, y más aún una novela de la poeta Malén Denis, pudieran caber en una sola palabra, diría que se trata de mudanzas. Mudanza como cambio, transformación, adquirir nuevas costumbres, pero también en su acepción más básica, más conocida y usada: cambiar de casa. Mudarse a la casa de otro, acariciar sus mascotas para que esas pieles suaves mitiguen el dolor de que ese otro no esté, el filo amenazante de los vidrios que se rompen, la ropa del otro que constituye un límite y nos hace personas.
Sobre la tensión permanente entre mente y corazón avanza esta novela a la vez transparente y llena de escondites secretos. Casi como la casa que la protagonista habita por pedido, oscilando entre afectos y decisiones.
Todos tenemos una piedrita que horada en el bolsillo, una piedrita en el camino de los vínculos. Piedrita es la palabra que eligieron los griegos (un idioma que Malén maneja bien), para decir litio. El de la poesía es también un lenguaje que Malén maneja bien, el lenguaje de las chicas perdidas y encontradas. En esa química se combustiona Litio, la novela, generando una llama roja cuando se acerca al fuego, una llama blanca si la combustión es violenta y se vuelve cristal, casi fantasmal. Un elemento más liviano que el agua que no deja de ser un metal.
-Marina Mariasch
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