Este libro contiene una época de mi vida enhebrada por un hilo de desesperación. Yo quería expresar lo que me pasaba, que era triste, pero en eso se colaba el humor, casi inconscientemente me daba risa pasarla tan mal. Mi diario sigue esa idea de que frente a la tristeza respondo con autoarenga. Estoy bien, estoy bien, estoy bien. Confiaba en la potencia transformadora de las palabras. Soy la mejor, soy bella, me decía ante la baja autoestima. Y los cuadros también son conjuros, hechizos que me acercaban a mi necesidad de amar. Pegaba una foto de alguien que amaba, cual hechicera que quiere que se enamoren de ella. Las palabras y las pinturas son carne, están vivas en un sentido mágico. Lo real y lo otro (eso que hacemos para invocar) están relacionados. En las obras hay energías que se manifiestan. El arte no es un objeto, el arte es una relación como el amor.
Fernanda Laguna