"Los Hombrecitos eran reales. Un haz oportuno de luz lunar o de los faroles de la calle mostraba que tenían volumen, no eran proyecciones, prestando atención se oían sus pisadas, un tam-tam irregular, notorio sobre todo cuando sus bailoteos los llevaban a los techos de chapa o los sobretechos huecos de las viejas construcciones que se sucedían hacia la esquina de Bonorino (porque siempre iban en esa dirección, como programados). Medían alrededor de un metro, como niños, pero los sobretodos anticuados delataban su paradójica condición de viejos saltarines. Esa ambigüedad debía de ser la que dio pie a la leyenda según la cual eran las almas de los niños muertos en incendios, que habían envejecido sin crecer, y los sobretodos les eran necesarios porque al volver del fuego de sus historias a la noche de la realidad siempre tenían frío, hasta en verano. Difícil de creer, como todo cuento de ultratumba, pero también porque si fuera cierto algo así de trágico y truculento como niños asados en incendios, no se prestarían a la diversión de un puñado de vecinos insomnes y sus brincos y piruetas por terrazas y cornisas no tendrían esa vivacidad de saltimbanquis, de figuras animadas sobre un fondo de polvo de Luna, que ciertas noches hacía brillar como un diamante el negro del firmamento."