Poco tiempo después de la muerte de Mr. Potter, una de sus hijas vuelve a Antigua para narrar su vida. La vida de un taxista analfabeto que pasa sus días bajo el sol, conduciendo su Hillman azul marino por las amplias carreteras y ciudades de una isla de la cual nunca saldrá. Una vida simple la de Mr. Potter, una vida común.
Pero esa simpleza es solo aparente, porque de un modo poético y envolvente, casi hipnótico, Kincaid logra dar vida a una figura única que se eleva gloriosamente para proyectar una larga sombra: el mundo interior y la conciencia individual de un personaje complejo, repleto de claroscuros y contradicciones. Su infancia, su juventud, la vida y la muerte de sus padres, sus múltiples mujeres, la medida de sus días y sus años, todo es abordado a través de la mirada de una de sus hijas que lo trata con igual distancia y compasión.
Y en este procedimiento, algo fundamental se deja ver: aunque confinados a una vida lenta y repetitiva, circunscriptos a un mundo que es indiferente a su existencia, los personajes de esta historia viven gracias al poder de la escritura, y es solo ante la posibilidad de narrarse a sí mismo y a los otros, que aparece, como una luz en la oscuridad, la delicada senda de una libertad posible.