Discípula de la infancia, la voz de los poemas por momentos muta en dos: la que se encuentra con lo nuevo y la que ya es grandota, que mira el mundo a través de los años. En la repetición de las sílabas hay una evocación a cancioncitas infantiles, como si la sonoridad intersilábica, la rima a final del verso, guiara a quien lee por un mundo de emociones que vibran en la página transmitiendo felicidad y misterio. Están también, sutiles, esos gestos punks que hacen del poema un stop de golosina. En lo meticuloso, lo silabado, se encuentra un guiño, una chanza: bajo el canto / tan correcto / de los pájaros. Roberta desparrama calificativos por doquier y da vida a sus versos a través de una adjetivación aparentemente irresponsable. Hay diversión en el estilo ingenuo, facilongo, que da vitalidad a los poemas, los vuelve próximos, relacionando cotidianeidad y sentimiento: y de pronto comprendo / que escribir coincide con vivir.
Diego Vdovichenko