Los muertos a veces insisten, pueden seguir actuando, activando relaciones y transformando nuestro presente, que era un futuro que les importaba. Para hacerlo, necesitan que prolonguemos su existencia de otra manera. En las cinco historias que narra con inteligencia y sensibilidad la filósofa Vinciane Despret, esa otra manera son las obras de arte. Con la particularidad de que son obras por encargo y en espacios públicos, en las cuales los difuntos devienen “nuestros muertos en común”.
Un grupo de adolescentes desorientados, sus amigos accidentados, y dos obeliscos en una plaza; o un profesor de historia apasionado, dos víctimas políticas de un crimen judicial, y un monumento al final de un paseo público; o las cenizas esparcidas de un doctor, excombatientes, unos comandos asaltados por la espalda por el ejército alemán en 1944, y un puente en un barrio pobre de inmigrantes...
En todas estas historias el protagonista es el proceso a través del cual los vivos, los muertos, y una obra de arte, se transforman y se apropian mutuamente creando una comunidad no reaccionaria, cosmopolítica, una “democracia de iniciativa” en la cual, como afirma Despret, lo común se vuelve un verbo.