En el centro de este libro hay una alegoría: la película soviética Stalker (1979). Andrei Tarkovski la rodó bajo condiciones ambientales insalubres en una central hidroeléctrica abandonada. Los primeros meses de tomas se arruinaron casi por completo; los actores –quienes guardaban la memoria de aquella primera versión perdida– fueron muriendo jóvenes como consecuencia de la radiactividad del lugar. Esa alegoría divide el libro en dos partes. La primera y más reciente incluye la serie “Museo del viento”.