¿Y si el tema de Raymond Queneau no fuera otro que la felicidad, la vida como un eterno domingo? Una prueba posible: Alexandre Kojéve se inspiró para uno de sus influyentes conceptos sobre lo comunitario en la sabia pasividad de La alegría de la vida, novela que allanaría el camino a las aventuras de Zazie en el metro o Las flores azules. Pero antes de todo eso estuvo Odile. Fue a partir de su informalidad enmarañada que Queneau empezó a entrever cualquier ejercicio de estilo, la música única del neofrancés. Román a clef que ajusta cuentas con el clan surrealista, Odile es también un libro de clivaje, un formidable reverso de El campesino de París. Sus páginas proponen una psicogeografía de capillas literarias, lumpenaje y obsesión matemática con una meta involuntaria: cómo aprender a liberarse para alcanzar, esa es la cuestión, una alegre modestia amorosa.
Pedro B. Rey