“No había risas en la vida del señor Kashoga (...). Y ahora que empezaba a recorrer los destrozos hechos en la casa, sentía que algo parecido a una carcajada, un temblor, le nacía en el pecho y le acomodaba con orden diferente los materiales con que se juzgan las cosas”. Al decir de Milita Molina, los personajes de Correa Luna “tienen una obsesión —cualquiera— pero esa inofensiva, sigilosa obsesión los arrastra desde la comedia a la tragicomedia de un golpe, sin las complejas y trilladas mañas de la neurosis”. Los tres relatos de este libro se encadenan en un todo mayor que las partes, como vislumbres de un mundo tan extraño que no puede ser otro que el nuestro.