"Escribiré sin precauciones. Pero vuelvo a insistir sobre lo extraño de este destino que me hizo describir, al comienzo de Notre-Dame-des-Fleurs, un entierro que yo iba a vivir, según las pompas secretas del corazón y de la mente, dos años después. El primero no fue exactamente la prefiguración del segundo. La vida aporta sus modificaciones y, a pesar de esto, una misma turbación (pero que nacería paradójicamente del fin de un conflicto; por ejemplo, cuando los círculos concéntricos de un estanque se apartan del punto donde cayó la piedra, se alejan y se atenúan, camino a la calma, el agua debe experimentar, cuando llega esa calma, una especie de estremecimiento que ya no se propaga en su materia, sino en su alma. Esta conoce la plenitud de ser agua). El entierro de Jean D. devuelve a mi boca el grito que salió de ella, y su regreso me causa esta turbación debida a una paz recuperada. Este entierro, esta muerte, las ceremonias, me encierran en un monumento de murmullos, de susurros al oído y de exhalaciones fúnebres. Tenían que mostrarme mi amor y mi amistad por Jean, cuando el objeto de tanto amor y amistad desaparecía. Sin embargo, el gran torbellino pasó, estoy calmo. Parece que acaba de cumplirse uno de mis destinos".
Jean Genet