En la plaza de la ciudad, una rosa de los vientos de chapa y mampostería. En algún libro, o en el recuerdo, la máquina de pensar de Ramón Llull. En el patio de la casa, un poema visual rotativo fabricado con papel, cartón y alfiler. Y entonces algo increíble sucede en el taller de reparación que abrió el poeta, y letras, números, imágenes y fragmentos de materia empiezan a girar a toda velocidad, y un aceleradísimo remolino lo succiona todo a su alrededor, y vemos la tinta azul de la birome saltar, realmente, sobre el cuaderno. Es que la imaginación material de Mario Ortiz transforma aquí la secuencia de las analogías, y hasta su clásico surrealismo chatarrero, en vértigo de rotación cobra cuerpo en el papel: su delirio es la esfera, la creación de volumen, pero su aspiración es una vez más política y social.
Sandra Contreras