Tenía 52 años, estaba soltero, tenía mi casa con libros, patio y amigos. Pensaba si seguir así, continuar envejeciendo de esa manera, o dejar esta vida y empezar todo de cero, vivir una segunda vida, vivir la vida de nuevo. Decidí esto último.
En el año 2015 conocí a Niña Castillo, en una página de citas. Después de una relación virtual de 7 meses decidí ir a visitarla a Filipinas, donde finalmente me quedé a vivir durante 4 años. Formamos una familia, nos casamos y tuvimos dos hijos. Vivíamos en Dahican Beach, una playa paradisíaca con un mar turquesa y una playa de arena color manteca. Vivíamos en una casa de bambú con una terraza que daba al mar, que empezaba a los 40 metros. Ahí todas las tardes entre 2016 y 2018 escribí en un cuaderno, lentamente, todos los fragmentos que componen este libro.
En 2018 decidimos venir a Argentina con toda la familia, donde vivimos hasta la actualidad.
Este poema de Daniel Durand, escrito en Davao Oriental, Filipinas, encuentra restos de la basura de la historia y sus espejos de lenguaje. Sin indagar en ello de manera filosófica ni apesadumbrada, este poema se pregunta por el origen de los restos que lo componen, a los cuales sin embargo comprende. Esta lógica de lo inverso da, a la experiencia física y real de un viaje, una correspondencia, creo que ya podemos decirlo, poética.